General Almirante (calle)

General Almirante (calle)

Distrito: Quatre Carreres

Barrio: Mont Olivet

Las calles de Valencia y su historia. General Almirante (calle)

La calle General Almirante comienza en la calle Zapadores, 51 y finaliza en la calle Pedagogo Pestalozzi, 7.

José Almirante y Torroella (Valladolid, 16 de julio de 1.823 – Madrid, 23 de agosto de 1.894).

General de Ingenieros, tratadista y polígrafo militar del siglo XIX.

Gran escritor de asuntos militares, que a su gran saber profesional se le unía una vasta erudición y un agudo ingenio.

Su padre, Ramón Almirante González, nacido en 1.783, de familia de hidalgos cántabros, terratenientes modestos, con algún sacerdote y ningún militar, era bachiller en teología por la universidad pontificia de Segovia en 1.806, y la invasión francesa le movió a la milicia.

Al alistarse, la Junta de Defensa de Toro “por su ilustración, le condecoró con la clase de teniente, y viendo sus circunstancias le ascendió a capitán”, con mando en el II Batallón.

Herido grave y preso en julio de 1.810, en la brecha de Ciudad Rodrigo, se fugó del convoy.

Terminó la guerra de teniente coronel.

Fue “purificado” pese a su lealtad, y en 1.821 casó con Manuela Torroella.

Fueron a Valladolid, donde nació José, se trasladaron a Logroño en mayo de 1.824 y fue baja en el ejército en septiembre de 1.826, con cuarenta y tres años, al parecer por un disgusto con un coronel.

José fue educado con gran austeridad y severidad por su padre, “religioso hasta las disciplinas en común en la madrileña bóveda de San Ginés”.

Pero en casa de amigos paternos, “leyó apasionadamente libros avanzados de los que se imbuyó y fueron base del volterianismo de sus escritos” en contraste con su religiosa educación familiar y escolar.

Aunque nacido en Valladolid, vivió hasta 1.829 en Logroño, ciudad donde su padre fue teniente coronel del regimiento de Almansa no 17.

Al cumplir los ocho años era en el mismo cuerpo “cadete de menor edad, sin derecho a antigüedad”.

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Sentó plaza de cadete de cuerpo en el regimiento de infantería de Almansa y en 1.835 ingresó en el Real Colegio General Militar de Segovia, donde, con catorce años, actuó en su defensa contra las tropas del carlista general Zariátegui.

Terminó los cursos en 1.837 sin la edad mínima para ser oficial y aprovechó el tiempo ingresando, para cinco años más, en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, donde completó, con base técnica, la humanística que recibió de niño.

Teniendo diecinueve años salió con el grado de teniente y destinado al Depósito Topográfico, que entonces empezaba a ejecutar en España los trabajos geográficos y catastrales iniciadores de lo que sería luego un instituto civil.

A los veintiún años, en 1.844, era ya capitán.

Acompañó al general Zarco del Valle en una comisión por Europa de 1.847 a 1.849, ampliando sus conocimientos de idiomas, especialmente el alemán.

Comandante en 1.852, durante su corta instancia en el Ministerio de la Guerra fue secretario de la Comisión Revisora de Ordenanzas.

En 1.852 marchó voluntario a Filipinas, donde fue comandante de Ingenieros de Cavite.

Allí ascendió a teniente coronel en 1.857 y el año siguiente hubo de regresar enfermo a la Península, tras un nuevo viaje al extranjero.

Ascendió a coronel en 1.867 y, destinado en las subinspecciones de su cuerpo en ambas castillas (las antiguas Castilla La Nueva y Castilla La Vieja), en 1.879 se le concedió permiso para concluir la redacción de su Diccionario Militar, y desde 1.871 fue secretario del cuarto militar de don Amadeo I hasta su abdicación en 1.873, siendo uno de los pocos que le sirvieron lealmente y le acompañaron hasta la frontera.

Brigadier en 1.874, proyectó las defensas de Santander, ciudad que se consideraba amenazada por el Ejército del Norte; ya en 1.879, se le encargó la revisión de los documentos históricos de Pirala y, concluida, redactar un Reglamento de Régimen y Disciplina, sustituyese a los tres primeros tomos de las Ordenanzas de Carlos III, siendo a la vez miembro de comisiones de reformas militares.

Mariscal de campo en 1.882 y general de división, fue jefe de la Comandancia de Ingenieros de Cuba hasta finales de 1.884.

Cuando murió en Madrid, el 28 de agosto de 1.894, su gran erudición le había consagrado como el primer tratadista militar español.

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En la biografía de Almirante es inevitable tener en cuenta algunos rasgos de su personalidad.

Redondo le define como un introvertido que se autoanalizaba con la misma minuciosidad que examinaba los hechos históricos.

Era célebre por sus exabruptos, temible por sus salidas de tono en la conversación y de trato difícil, dado su mal genio.

Díez-Alegría añade que su sinceridad, su poca salud y, sobre todo, las envidias que suscitaba su inmensa cultura y su sentido del humor, le causaban algunas dificultades, diciendo él mismo que “la manera imparcial, desapasionada, ecléctica, zumbona, con que tratamos ajenas cuestiones de fórmula y procedencia, que tan espinoso hace el amor propio, no suele reportar simpatía, gratitud, ni aún justicia”.

Analítico por naturaleza y crítico por vocación, se negó rotundamente a asumir el papel de reformador y se mantuvo ajeno a los problemas candentes de la época.

Como militar e ingeniero fue siempre estimado por su indudable competencia y su estricta limitación a los deberes militares.

Díez-Alegría añade: “Su vida militar y personal se caracterizó por una simplicidad sorprendente, viviendo como vivió, tiempos de cambio propicios para escalar o sobresalir sin grandes esfuerzos. Él lo sabía, y aunque le trajo inconvenientes en el tramo final de su carrera, la conciencia de su propio valer no le abandonó nunca”.

No recibió recompensas ni honores como escritor y tratadista, pero tuvo la satisfacción de que se le encargara a él solo la redacción de los reglamentos militares más necesarios en su tiempo.

El Reglamento para el servicio de guarnición y el Reglamento de Disciplina no fueron aprobados por la Junta Superior Consultiva de Guerra y Marina.

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El Reglamento para el servicio militar de campaña era, como los otros, una parte de la revisión de las Ordenanzas, encargada directamente por el ministro de la Guerra, marqués de Torrelavega, que el brigadier Almirante concluyó en algo más de seis meses y, en 1.881, el nuevo ministro, general Martínez Campos, presentó a las Cortes para que se aprobase por ley, erróneamente, pues bastaba un real decreto.

El Senado aprobó el proyecto de ley, pero en el Congreso se le recibió con inicial oposición, que el general Salamanca enconó llevándolo a un debate tormentoso, donde pasó de sistemático oponente al Gobierno, a los ataques personales a Almirante, esgrimiendo todos los argumentos de bajo vuelo que suelen emplearse contra los oficiales motejados de intelectuales, indignado que, desdeñando a otros tratadistas muy respetables, se hubiese encargado de redactar nada menos que el Reglamento de Campaña a un solo individuo, que precisamente no tenía experiencia guerrera y (lo que era más amargo para Almirante) acusándole de haber utilizado en su provecho el proyecto de Ordenanzas de 1.853, de cuya junta revisora había tomado parte.

Al general Salamanca, opuesto, en principio, a cualquier proyecto del Gobierno, le hería la sátira con que Almirante atacaba los tópicos en todos sus escritos, especialmente en la voz “Ordenancista” de su Diccionario Militar, dirigida a los “retrógrados atrabiliarios”.

En consecuencia, Salamanca amenazó con presentar 273 enmiendas al proyecto.

Aunque Salamanca cesó en su acusación y suavizó su inicial mordacidad, produjo profunda amargura en el ánimo de Almirante.

El reglamento fue aprobado y nunca derogado, cayó en desuso al terminar la Guerra del 14.

Mayor decepción de Almirante, próximo a pasar a la reserva, fue la de no ascender a teniente general en una vacante inesperada que cubrió el general Esponda, al no considerarse sus méritos de escritor militar, pues no tenía otros.

En los apuntes que Almirante iba anotando para el prólogo de la Historia Militar, que dejó inédita a su muerte en 1.895, se anticipaba bastantes años a Unamuno diciendo que el propósito constante de todos sus escritos era “militarizar al paisano y paisanizar al militar” (Unamuno, más agresivo, diría “civilizar al militar”) porque se proponía “ensanchar en el militar el horizonte del estudio e invitar, estimular, al paisano a que penetre, hasta cierto punto, en la cosa militar”, explicando que tal intento, que hubiera sido extemporáneo, imposible, en los pequeños ejércitos europeos del siglo XVIII, era entonces recomendable y factible.

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Las opiniones coinciden en que Almirante es uno de nuestros primeros escritores militares, junto a Villamartín (los dos más citados) habiendo hecho gala de su extensísima y profunda cultura general y militar, mostrada en sus obras con un estilo literario correcto, sencillo, amenísimo y muchas veces castizo de la mejor ley, que le hacía abordar sin prejuicios y con el mayor desenfado las cuestiones más comprometidas.

El primer libro de Almirante fue la Guía del oficial en campaña, publicada en 1.868.

Se anticipaba en diez años al polémico Reglamento de campaña, concluido por él en 1.878 y aprobado en 1.881.

Pese a la falta de experiencia que se le achacó, como indispensable para tratar del combate y sus derivaciones, tuvo cinco ediciones en poco tiempo, un éxito asombroso entonces.

La escribió en dos meses, y su colofón marca el 14 de septiembre de 1.868, cuatro días antes de la revolución que destronó a Isabel II.

El rótulo actual, General Almirante (calle), fue autorizado por decisión municipal.

NOTA

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Se ha utilizado en esta relación el orden oficial numérico de los distritos municipales, dentro de estos se ha utilizado el orden alfabético de los barrios, y dentro de estos, el orden alfabético de los rótulos.

Conforme a lo dispuesto por el Excmo. Ayuntamiento en materia de rótulos, se han expresado éstos en lengua valenciana, salvo los de procedencia netamente castellana, los de personajes que han solicitado sus descendientes o instituciones relacionadas con los mismos el respeto a la expresión castellana o los de dudosa traducción.

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • Las calles de Valencia y pedanías, Rafael Gil Salinas y Carmen Palacios Albandea.

  • Vicente Gascón Pelegrí. Prohombres valencianos en Los últimos cien años, 1.878-1.978. Valencia.

  • Nomenclator de las puertas, calles y plazas de Valencia. Manuel Carboneres. 1.873