Jerónimo Muñoz (calle)
Jerónimo Muñoz (calle)
Distrito: Jesús
Barrio: La Raiosa
La calle Jerónimo Muñoz comienza en la plaza Jesús y finaliza en calle Médico Esteve, 2 – avenida Giorgeta.
Las calles de Valencia y su historia. Jerónimo Muñoz (calle)
Jerónimo Muñoz (Valencia, c. 1.520 – Salamanca, 1.592).
Astrónomo, matemático, geógrafo, helenista y hebraísta.
Jerónimo Muñoz Inició sus estudios en la universidad de su ciudad natal y se graduó de bachiller en artes en 1.537.
Concluidos sus primeros estudios y como era frecuente entre los estudiosos del Renacimiento, Muñoz viajó por Europa para completar su formación.
Fue discípulo de Oronce Finé (editor y autor de obras científicas y profesor de matemáticas del Colegio de Francia); además, Finé celebraba en su residencia reuniones informales para todos los interesados en estas disciplinas.
Muñoz estudió también con el destacado astrónomo y geógrafo Gemma Frisius (profesor de Medicina de la Universidad de Lovaina, que no tenía Cátedra de Matemáticas); hacia 1.543 Gemma Frisius comenzó a impartir lecciones de matemáticas en su domicilio particular, a las que debió asistir Muñoz.
Con estos dos excelentes maestros, Muñoz pudo completar su formación en el ámbito de las disciplinas matemáticas, así como en la geografía y la cartografía.
También viajó por Italia, siendo durante algún tiempo profesor de hebreo de la Universidad de Ancona.
Según un testimonio de la época, los judíos que acudían a oírle afirmaban que era judío y que había sido educado por judíos, a causa de su dominio del hebreo; la hipótesis de que era un judío converso no puede, desde luego, descartarse.
Tras su regreso a Valencia, Muñoz enseñó privadamente matemáticas; además, llevó a cabo actividades relacionadas con la técnica o las matemáticas aplicadas, como asesor o experto de diversos nobles.
En 1.563 fue nombrado catedrático de hebreo del Estudi General valenciano; dos años después, el 2 de junio de 1.565, unió a esta cátedra la de matemáticas y logró obtener un salario, gracias a su prestigio, al nivel de los profesores mejor retribuidos.
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A pesar de todo, los salarios en Valencia eran bastante modestos y muy inferiores a los correspondientes de las universidades castellanas.
Ello puede explicar que finalmente Muñoz aceptase la oferta de la Universidad de Salamanca, trasladándose a esta institución en 1.578, ya en esta ciudad, Muñoz desempeñó también las cátedras de matemáticas y hebreo.
En sus cátedras de matemáticas y astronomía de Valencia y Salamanca, Muñoz explicaba aritmética, geometría y trigonometría, óptica geométrica o perspectiva, astronomía y sus aplicaciones a la navegación, instrumentos de astronomía, geografía y astrología.
Aunque Muñoz publicó muy pocas obras, se conservan manuscritos autógrafos o copias realizadas, por discípulos suyos de todas estas materias en bibliotecas europeas de Salamanca, Barcelona, Madrid, Múnich, el Vaticano, Nápoles y Copenhague.
La localización y estudio de estos manuscritos ha permitido reconstruir el contenido de las enseñanzas de Muñoz, y demostrar que estas enseñanzas estaban al nivel de las que se impartían en las mejores universidades de la Europa de la época.
En aritmética, Muñoz publicó un texto, Institutiones Aritmeticae (Valencia, 1.566), orientado a proporcionar los conocimientos básicos para los cálculos astronómicos, valiéndose de la numeración decimal y sexagesimal, y para avanzar en las restantes disciplinas de su competencia.
En geometría, explicaba los Elementos de Euclides, libros I al VI, comenzando con la discusión de las nociones básicas de “elemento”, “hipótesis”, “definiciones”, “postulados”, etc., a partir del comentario de Proclo al libro I de los Elementos.
Además, Muñoz complementaba la exposición de la geometría con numerosos ejemplos y aplicaciones prácticas a la agrimensura, la óptica y la topografía.
En trigonometría, tanto plana como esférica, seguía a los mejores tratadistas de la época, y los manuscritos conservados incluyen tablas de senos, tangentes y secantes.
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Para el estudio de la óptica geométrica, Muñoz prefirió, al parecer, seguir a Euclides antes que a los perspectivistas medievales, como Pecham o Witelo, autores de textos frecuentemente utilizados en las Universidades desde finales de la Edad Media.
La Optica de Euclides es la primera exposición completa de una teoría matemática de la visión que nos ha quedado.
Muñoz, en sus comentarios y adiciones a esta obra discute también las diferentes teorías de la visión expuestas desde la antigüedad, y describe la anatomía del ojo.
Muñoz fue un destacado geógrafo y cartógrafo, siendo frecuentemente citado como una autoridad en estas materias por los historiadores del Reino de Valencia, como Gaspar Escolano o Francisco Diago.
El mapa más antiguo que se conoce de este Reino, incluido por Abraham Ortelio en su famoso atlas Theatrum Orbium Terrarum, se realizó a partir de los datos proporcionados por Jerónimo Muñoz, quien no solo determinó con notable precisión las coordenadas geográficas de muchas localidades, sino que inició la triangulación geodésica del territorio, basándose en las técnicas divulgadas por su maestro Gemma Frisius.
Muñoz explicaba esta técnica en sus clases, ejemplificándola con una triangulación entre la ciudad de Valencia y distintos lugares situados al Norte, en la comarca de la Horta.
También explicaba cómo construir un globo terráqueo mediante el dibujo de usos, así como los recursos matemáticos para representar una esfera (la Tierra) en un plano.
En relación con esto, Muñoz enseñaba a trazar tanto las proyecciones de Ptolomeo, como otras varias de entre las propuestas en su época para poder abarcar en el plano del dibujo el nuevo ecumene (mundo conocido) ampliado a 360o como consecuencia de los descubrimientos geográficos.
Para regiones particulares no muy extensas, Muñoz sugería una proyección trapezoidal, construida atendiendo a la proporción entre la longitud de los paralelos superior e inferior del mapa y la longitud del ecuador, para tener en cuenta la convergencia de los meridianos.
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Esta proyección es la que usó para el magnífico mapa de la Península que figura incluido en las copias manuscritas que se conservan de sus lecciones de geografía impartidas en Valencia; lecciones que además incluyen una “explicación de los nombres de las antiguas ciudades, lugares, ríos y cabos de España”, a modo de itinerario, con especificación de distancias entre lugares en millas y pasos y referencias constantes a los geógrafos clásicos, como Ptolomeo, Plinio, Pomponio Mela o Estrabón, así como al itinerario de Antonino y a otras fuentes.
Muñoz también realizó un censo del Reino de Valencia.
En España, Muñoz llegó a gozar de una gran notoriedad como matemático, astrónomo, geógrafo, helenista y hebraísta, pero el mayor volumen de escritos que se conservan de Jerónimo Muñoz corresponden a la astronomía.
En el resto de Europa su fama se debió principalmente a sus trabajos sobre la supernova de 1.572, difundidos en un libro sobre el fenómeno: Libro del nuevo cometa (1.573), escrito como respuesta a una petición de Felipe II, y traducido y publicado en francés en 1.574.
Muñoz llamó a la supernova “cometa”, aunque insistió en que era un cometa diferente a todos los registrados hasta entonces por la literatura sobre este tipo de fenómenos, y que por su movimiento más parecía una estrella que un cometa; la razón para clasificar el fenómeno dentro de los cometas tiene que ver con su deseo de dar una interpretación de la génesis de la nova en términos de causas naturales, basadas en la tradición astrológica.
En cambio, gran parte de los autores que la calificaron de estrella y aceptaron, por tanto, su naturaleza celeste, recurrieron a la omnipotencia divina, es decir, consideraron el fenómeno como un milagro que transcendía y transgredía el usual o común curso de la naturaleza.
Por otra parte, debe subrayarse que de todos los autores que trataron de explicar la aparición de la estrella por un proceso “natural”, Muñoz fue uno de los que mejor supieron inferir las implicaciones cosmológicas del fenómeno, en particular, lo difícil que resultaba mantener el dogma de la incorruptibilidad de los cielos y hacerlo compatible con la aparición de la “nova”.
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En su libro sobre el nuevo cometa Muñoz concluyó que “los cometas que duran mucho y tienen notable movimiento no se hacen en el aire” y que los “cielos y estrellas no son quintaesencia, sino que tienen deudo y parentesco con los elementos”.
La ubicación del fenómeno a una distancia de la Tierra superior a la de la Luna la basó Muñoz en la nula paralaje observada.
La ausencia de paralaje implicaba que el cuerpo estaba muy por encima de nuestro satélite, cuya paralaje había sido estimado ya por Ptolomeo en la antigüedad en más de un grado (paralaje horizontal).
Muñoz calculó las coordenadas de la estrella y sus distancias angulares a las tres estrellas “más altas y mayores de la constelación de la Casiopea” con las que “hacia una figura casi rombo”.
Estos trabajos de Muñoz sobre la “nova” hay que situarlos en el marco de un ambicioso programa de revisión de la cosmología aristotélica y la astronomía ptolemaica, tal y como puede seguirse en sus Comentarios al segundo libro de la Historia Natural de Plinio y en su Traducción latina comentada con numerosas adiciones del Comentario sobre la composición matemática de Ptolomeo de Teón de Alejandría.
El libro II de Plinio se ocupa del mundo en general, del cielo, de los, astros (estrellas, Sol, Luna y planetas), de los fenómenos meteorológicos y finalmente de la Tierra, lo que parece seguir la secuencia estoica de los elementos.
El manuscrito autógrafo, conservado actualmente en Copenhague, de los comentarios de Jerónimo Muñoz al segundo libro de la Historia Natural de Plinio es el texto de las lecciones o conferencias extraordinarias que el matemático y hebraísta valenciano impartió en la Universidad de su ciudad natal el verano de 1.568.
Muñoz usa hábilmente su doble condición de teólogo (profesor de Sagradas Escrituras) y matemático-astrónomo para legitimar sus críticas a la cosmología aristotélica y proponer sus ideas alternativas.
Las ideas cosmológicas que Muñoz presenta en este texto se pueden calificar en gran medida como afines a la tradición estoica.
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En síntesis, según Muñoz, todo el universo, desde la tierra, que ocupaba el centro, hasta sus confines, estaba lleno de aire, que, además, impregnaba todas las cosas del mundo y servía de conexión entre ellas.
En relación con esto, en sus Comentarios a Alcabitius, un texto de astrología relacionado también con sus clases, Muñoz compara el aire cósmico con el espíritu que se difunde desde el corazón para vivificar el cuerpo; Muñoz, por lo tanto, niega la existencia de la esfera de fuego, que serviría de frontera entre dos regiones, la sublunar y la celeste; también niega cualquier otro tipo de discontinuidad brusca en los cielos, como la que representarían las esferas u orbes celestes.
El cosmos de Muñoz no tiene dimensiones precisas, aunque es pequeño, comparado con el nuestro, y finito: termina allí donde el aire, que se va enrareciendo progresivamente, ya no puede ser más tenue.
Su límite superior no tiene una forma definida y más allá es posible que exista un inmenso vacío.
Los planetas se mueven, gracias a su propia fuerza o naturaleza, por el aire cósmico, como los peces por el mar o los pájaros por el aire que rodea a la Tierra, describiendo complicadas espiras y no arrastrados por orbes; las estrellas se mueven de la misma manera, de modo que Muñoz no acepta tampoco la existencia de una esfera que arrastre a las estrellas fijas; los cielos son corruptibles y los planetas y estrellas contienen en su composición elementos y cualidades análogas a las terrestres, aunque en estado más puro; los cometas se forman en el cielo y son, por lo tanto, cuerpos celestes.
Ideas idénticas a las mencionadas fueron expuestas por Muñoz en su obra más ambiciosa, la traducción comentada del Comentario al Almagesto de Teón de Alejandría. En esta obra, con la que pretendía revisar toda la astronomía ptolemaica, Muñoz no rehuyó discutir cuestiones cosmológicas y propuso una teoría del movimiento planetario como la apuntada en los Comentarios a Plinio, si bien también en sus rasgos más generales y cualitativos, pero, como astrónomo, Muñoz se continuó apoyando en los modelos ptolemaicos, como todos los astrónomos competentes de su época.
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Muñoz, en sus Comentarios a Plinio puso en juego, según el gusto de los humanistas, un amplio repertorio de citas de autores de la antigüedad: poetas, historiadores, geógrafos, matemáticos y filósofos, pero este recurso no era meramente literario, sino que cumplía la función de situar al mismo nivel de opinión cualquier afirmación filosófica, que valdrá lo que valgan la fuerza de sus argumentos.
Junto a esto y, aunque Muñoz insistió en la distinción entre verdades de fe y verdades de razón, no dejó de señalar la mejor adecuación de la cosmología que él proponía con la teología cristiana, y, en general, que la razón ha de ser compatible con la fe.
Muñoz recurrió también a argumentos ópticos para defender su cosmología y criticar la doctrina de las esferas.
Según Muñoz, si la materia de los cielos fuera “densa, al modo del vidrio” no se podrían distinguir los cuerpos de las estrellas o los planetas, sino “únicamente los reflejos de sus rayos”, produciéndose una total confusión, a lo que añade, que, si los astros se moviesen arrastrados por orbes “sólidos semejantes al vidrio”, todos los planetas centellearían “como se demuestra arrojando una moneda en el agua agitada”.
Según hemos interpretado esta frase, lo que Muñoz quiere decir es que los planetas estarían “sumergidos” en orbes sólidos afectados de diversos movimientos, con lo que la luz procedente de ellos sufriría múltiples y variadas refracciones.
Por otra parte, y dado que, en su opinión, el cielo era de aire muy enrarecido, resultaba imposible la existencia de una organización y agrupación estable de la materia celeste en capas esféricas que mantuvieran duraderamente su consistencia y con la rigidez necesaria para arrastrar a los planetas.
En los Estatutos de la Universidad de Salamanca de 1.561 se introdujo la obra de Copérnico, entre los textos sugeridos para la enseñanza de la astronomía, como alternativa al Almagesto de Ptolomeo y al “voto de los oyentes”.
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Este hecho, muy raro en las universidades europeas del siglo XVI ha suscitado la cuestión de si se llegó a enseñar efectivamente la teoría de Copérnico en Salamanca.
Sin embargo, para responder correctamente a esta cuestión, conviene distinguir entre la parte física o cosmológica de la obra de Copérnico de la parte técnica o de astronomía matemática.
Muñoz fue profesor de astronomía de la Universidad de Salamanca más de veinte años y en Salamanca continuó y concluyó su traducción anotada de los Comentarios de Theón al Almagesto de Ptolomeo, que utilizaba para sus clases, además de los textos de introducción a la esfera arriba mencionados.
Muñoz conocía bien la obra de Copérnico, a la que se refiere en muchas ocasiones a propósito de diferentes técnicas de cálculo, tablas u observaciones particulares, también describe en sus rasgos más generales el sistema de Copérnico, acompañando la descripción de un diagrama similar al que figura en el capítulo X del libro I del De revolutionibus; pero Muñoz no se toma excesivo interés en analizar la teoría de Copérnico, lo que contrasta con el cuidado y atención con el que en diversos lugares de su obra discute los cálculos del astrónomo polaco.
En realidad, Muñoz examina la cuestión, completamente convencido de que la teoría es falsa: sus ideas cosmológicas implican una Tierra en reposo en el centro del cosmos envuelta por un inmenso océano de aire, cuya vida depende de las influencias que recibe del Sol, las estrellas y los planetas que la rodean.
Con todo cabe señalar que los argumentos que usa contra la teoría de Copérnico son de tipo astronómico o cosmológico, pero nunca bíblicos.
A pesar de todo, Jerónimo Muñoz con sus observaciones, enseñanzas y obras intervino activamente en los debates astronómico-cosmológicos, en la reestructuración del saber y en la crisis de la cosmología tradicional, todo lo cual preparó el terreno de la nueva astronomía y la nueva física de Kepler y Galileo.
Fue el primero que investigó sobre la fórmula de errores del tubo del cañón y proyectil en la artillería, y quien desterró el miedo que producía en las gentes la aparición de un cometa.
La sección de Estadística, teniendo en cuenta las bases aprobadas por el Ayuntamiento en 26 de junio de 1.899, ya propuso que se rotulase una calle de la ciudad con el nombre de Jerónimo Muñoz.
El rótulo actual, Jerónimo Muñoz (calle), fue autorizado por decisión municipal de febrero de 1.929.
NOTA
Las calles de Valencia y su historia. Jerónimo Muñoz (calle)
Se ha utilizado en esta relación el orden oficial numérico de los distritos municipales, dentro de estos se ha utilizado el orden alfabético de los barrios, y dentro de estos, el orden alfabético de los rótulos.
Conforme a lo dispuesto por el Excmo. Ayuntamiento en materia de rótulos, se han expresado éstos en lengua valenciana, salvo los de procedencia netamente castellana, los de personajes que han solicitado sus descendientes o instituciones relacionadas con los mismos el respeto a la expresión castellana o los de dudosa traducción.
Fuentes consultadas:
-
Archivos autores
-
Archivo del Reino de Valencia
-
Archivo Histórico Municipal
-
Historia de las calles de Valencia
-
Historia de Valencia y sus costumbres
-
Archivo Administrativo Municipal
-
Instituto Nacional de Estadística
-
Ayuntamiento de Valencia
-
Biblioteca valenciana
-
Biblioteca de Etnología
-
Biblioteca valenciana digital
-
Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
-
Biblioteca Serrano Morales (Ayuntamiento de Valencia)
-
Archivo de la Diputación provincial de Valencia
-
Hemeroteca valenciana
-
Tribunal de las Aguas
-
Real Academia de la Historia
-
Wikipedia
-
Padrón Municipal de Habitantes
-
Valencia Actúa
-
Jdiezarnal
-
Arquitectos de Valencia
-
Arquitectos italianos en España
Bibliografía
-
Las calles de Valencia y pedanías, Rafael Gil Salinas y Carmen Palacios Albandea.
-
Vicente Gascón Pelegrí. Prohombres valencianos en Los últimos cien años, 1.878-1.978. Valencia.
-
Nomenclator de las puertas, calles y plazas de Valencia. Manuel Carboneres. 1.873